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14 noviembre 2007

El problema de llamarse Radiohead


Es el problema de llamarse Radiohead: todas las miradas, todas, están pendientes de cada paso. Después de OK Computer, un disco fundamental que en 1997 torció la historia del rock alternativo, Thom Yorke y su troupe parecen vivir condenados a la revolución permanente. Esta circunstancia viene condicionando cada una de las páginas musicales de un grupo que no siempre supo soportar la situación o darle fuga de aire con discos que liberen la presión. De hecho, nunca volvió a repetir aquellas cifras de ventas ni aquel nivel de exposición.

Es cierto que la banda de Oxford tampoco se lo propuso, sobre todo después de observar de qué manera una larga serie de grupos ingleses absorbieron sus lamentos en clave de rock adulto para llenar las radios de baladas tristonas. También es cierto que grupos como Coldplay o Starsailor poco y nada tienen que ver con las intenciones artísticas de sus objetos de adoración. Pero sin hacerse cargo de esta herencia edulcorada, Radiohead viene "sufriendo" este contexto desde hace diez años.

Primero fueron dos discos experimentales, Kid A (2000) y Amnesiac (2001). A partir del nuevo milenio, la forma de la rebelión hacia su propio destino se manifestó en acciones que comenzaron a exceder los formatos musicales: a partir de determinada militancia política, comenzamos a asociar a Radiohead con ciertos discursos que iban mucho más allá de sus discos, que ya no eran lo que fueron. Es más, ni siquiera eran concebidos como álbumes de canciones, sino como largas obras musicales. Todo pareció volver a la normalidad con Hail To The Thief (2003), cuando el grupo retomó el formato canción. Pero hubo un problema: los temas no contenían demasiado atractivo, más allá del inflador político de las letras.

Sin éxito masivo, para Radiohead fue el momento de hacer una pausa. La cosas entre los integrantes del grupo tampoco parecían marchar demasiado bien: a veces, la convivencia y la pérdida de rumbo artístico no son elementos que se complementen bien. Las noticias que llegaban desde su estudio de Oxford no eran demasiado auspiciantes: largas sesiones de ensayos sin resultados a la vista, discusiones entre los miembros, en fin, mucho ruido y pocas nueces. Radiohead llegó a publicar un blog en el que se relataban las peripecias (y las discusiones) de cada ensayo.

En medio de este desconcierto, Thom Yorke, cantante y cara visible del grupo, editó en 2006 un álbum en solitario, The Eraser, producido por su viejo compañero de ruta Nigel Godrich. Ese disco reveló parte de la interna de Radiohead: a Yorke no le interesa en absoluto el formato canción. Prefiere los pasajes instrumentales, y llegado el caso puede utilizar a su propia voz para acompañar estos segmentos tan extraños.

¿Qué había que esperar entonces de un nuevo disco de Radiohead? Mucho y nada. Mucho porque son los responsables de una de las últimas revoluciones del rock, y nunca conviene subestimar a un veterano de guerra. Y nada porque los detalles de las relaciones espinosas de sus integrantes, sumados a una saturación de larga data, presagiaban otro naufragio en el mar de las novedades. Un último dato que no colaboró con esperanza: el grupo anunció que el formato de entrega de su nuevo trabajo, titulado In Rainbows, vendría divido en dos partes. En un principio podría descargarse la primera mitad del disco vía Internet: el precio sería a convenir según el nivel de demanda de los fans. La segunda entrega formará parte de un box set que incluirá un segundo disco con canciones nuevas, dos vinilos y un libro. Desligado ya de Parlophone, su discográfica de siempre, Radiohead juega con los formatos para llamar la atención desde el marketing que desde la música. ¿Mal presagio, entonces? Sí, pero infundado: la versión "download" de In Rainbows, que es lo que se conoce desde el 10 de octubre pasado, cuando ya pudo descargarse, aglutina diez de las mejores canciones grabadas por el grupo en años. Sorpresa.

Los fans más acérrimos, los que se pegan a la pantalla para mirar en You Tube cualquier nueva presentación en vivo del grupo, ya conocen varias de las canciones que hoy conforman la primera versión de In Rainbows (la segunda versión, la del box set, saldrá a la venta por estos días, y costará alrededor de 80 dólares). El nuevo álbum de Radiohead no empieza demasiado bien: la veloz base electrónica de "15 Steps" recupera el deteriorado sonido del drum'n'bass, una herramienta del pasado que tuvo su pico de popularidad en los 90. Falsa alarma: lejos de la nostalgia, a medida que avanza, In Rainbows va desplegando sus canciones para reubicar a Radiohead en el podio de aquellos que saben lo que quieren y cómo conseguirlo. Sobran las joyas musicales, desde la delicadeza de "Nude" y la belleza folk, casi beatle, de "Faust Arp", a la efectividad de "All I Need", un tema con una base que entra en el cerebro y se deposita allí por horas.

Gran parte del mérito de este nuevo Radiohead consiste en el hecho de haber regresado, ahora sí, al formato canción: "Videotape", el track que cierra el disco, recupera al mejor Thom Yorke, que parece haber olvidado esa casi incomprensible obsesión por escaparle a su destino de cantautor. Pero la gran efectividad de In Rainbows también tiene su correlato en la producción musical: se destacan, más allá de la arquitectura rítmica que domina a todo el álbum, las contundentes guitarras de Jonny Greenwood, uno de los grandes responsables de este regreso con gloria.

Queda esperar por la segunda entrega, y cabe la pregunta: ¿podrá el grupo de Oxford superarse a sí mismo? Es el problema de llamarse Radiohead.

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