La leyenda volvió a circular en estos días en Buenos Aires. Por un lado, porque se recuerda el cuadragésimo aniversario de la muerte del Che Guevara y, por el otro, porque los argentinos, fanáticos del fútbol, parecen hoy enloquecidos con el rugby, uno de los deportes favoritos del guerrillero mítico.
Cuenta esa leyenda que el chofer del automóvil que en agosto de 1961 llevó al Che hasta la Quinta de Olivos, a su reunión secreta con el entonces presidente argentino, Arturo Frondizi, no sabía quién era el personaje y tenía ordenes de no hablarle una palabra de política. Pero que el Che, acaso maquillado, le preguntó en el trayecto si sabía "cómo habían salido el CASI y el SIC". Y que el chofer, asustado ante la situación y al no saber lo que esas siglas extrañas eran las de los dos equipos más poderosos del rugby argentino, sólo le respondió: "Yo soy chofer, señor, de política no sé nada, le pido que me disculpe". Reconstrucciones posteriores parecerían indicar que esa situación jamás existió, pero que igualmente se la considera posible porque el Che no sólo había sido jugador y periodista de rugby, sino que también amó al ajedrez, jugó al fútbol, al tenis, al golf, al ping pong, al básquetbol, al béisbol, y practicó patín, pesca, hipismo, tiro, montañismo y remo, y hasta anotó una marca de 2,80m en el salto con garrocha en unos Juegos Universitarios. En su libro Che, Periodista-Deportista, Pasión y Aventura, el periodista argentino Hernán Santos Nicolini afirma que Guevara llegó a practicar veintiséis deportes. "Fue el deportista asmático más célebre de la historia, aunque su notoriedad no provino ni del deporte ni del asma", escribió a su vez su colega Ariel Scher, en el libro La Patria Deportista, en el que dedica todo un capítulo al Che deportista.
El asma de "Ernestito", justamente, provocó que su familia, de una acomodada clase media, partiera de Buenos Aires hacia Alta Gracia, Córdoba, en busca de un clima más amable. Y en Alta Gracia, acaso más por necesidad, para que el asma no lo consumiera, Ernestito se dedicó a la natación, un deporte que heredó de su madre Celia y que aprendió con lecciones del campeón argentino de estilo mariposa, Carlos Espejo. Practicó luego los saltos de los acróbatas de un circo japonés que admiró numerosas tardes en Alta Gracia, se interesó en el montañismo en las sierras cordobesas y aprendió el golf, pues vivía a sólo metros de un campo de juego y había hecho gran amistad con los caddies, según contó una vez Ernesto Guevara de la Serna, su padre. La nueva casa en Córdoba capital estaba a metros de una cancha de tenis, deporte que también aprendió gracias a las lecciones de la hija del cuidador de las canchas, al tiempo que practicó boxeo y ping pong. Argentino al fin y al cabo, Ernestito se apasionó con el rey fútbol, pero quiso diferenciarse de sus amigos, que eran de los populares Boca Juniors o River Plate, y eligió entonces a Rosario Central, en honor a Rosario, su ciudad natal, en la provincia de Santa Fe. Su jugador favorito fue Ernesto "Chueco" García, apodado "el poeta de la zurda". El asma lo condenó al puesto de arquero, que honró en su primera gira fuera de la Argentina, con su amigo entrañable Alberto Granados, ese viaje iniciático que cuenta el filme Diarios de motocicleta, del brasileño Walter Salles, con el mexicano Gael García Bernal encarnando a un joven Guevara. El Che ganó dinero, casa, comida y trasporte hasta Iquique jugando al fútbol en el norte de Chile; jugó también con los leprosos de la norteña ciudad peruana de San Pablo y vivió inclusive un momento glorioso en Leticia, Colombia, cuando atajó un penal en una definición de un torneo que su equipo, que él mismo dirigía junto con Granados, de todos modos terminó perdiendo. En Cuba se lo conoce y se lo honra como gran impulsor del ajedrez y se lo recuerda en la sierra con fusil y tablero. "El ajedrez -decía Guevara- es un pasatiempo, pero es además un educador del raciocinio, y los países que tienen grandes equipos de ajedrecistas marchan también a la cabeza del mundo en otras esferas más importantes". Inauguró torneos, compitió con pares, jugó partidas simultáneas con grandes jugadores, como Victor Korchnoi, Mijail Tal y Miguel Najdorf y hasta se dio el lujo de vencer al gran maestro nacional cubano Rogelio Ortega. Pero en Argentina la figura del Che deportista está vinculada sobre todo con el rugby. Lo aprendió de su amigo Granados en Córdoba y cuando la familia retornó a Buenos Aires ingresó al San Isidro Club (SIC), uno de los clubes más poderosos del país. Pero duró poco, pues su padre ejerció influencias con el presidente del club para que le prohibieran seguir jugándolo, a raíz de su asma y de advertencias médicas de que podría fallecer en una cancha. Obstinado, el Che siguió jugando en otros clubes, primero Yporá y luego Atalaya, en los que impuso un tackle durísimo, que le valió el apodo de "Furibundo Serna", por el apellido de su madre.
El recuerdo de que él también fue rugbier provocó estos días algunas protestas entre los sectores más conservadores de ese deporte, hoy más popularizado, pero históricamente vinculado con las clases acomodadas, que simplemente detestan al Che por comunista. Pero el Che, que también fue cronista deportivo y corrió detrás de los deportistas argentinos en los Juegos Panamericanos de México '55 y cuyo rostro aparece en tatuajes célebres de Diego Maradona o Mike Tyson, es hoy una figura corriente en las canchas de fútbol, donde los hinchas lo muestran en banderas y carteles.
Si algunos lo recuerdan por su idealismo, otros en cambio, escuchan a su departamento de marketing, que aconseja la figura del Che para vender productos. Hace unos años, el millonario Inter de Italia, que paga salarios de oro a sus estrellas, vendía los abonos de precio prohibitivo para una nueva temporada invocando una de las frases míticas del guerrillero: "Hasta la victoria siempre".
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