El tipo de la foto es el “hombre-hiena” de Harar, la localidad etíope en la que Rimbaud se dedicó al tráfico de armas tras mandar “a la mierda la poesía”. La ciudad se fundó en el siglo XII y es considerada santa por los musulmanes. La muralla que rodeaba la ciudad disponía de pequeñas compuertas que se abrían a medianoche para dejar pasar a las hienas. De ese modo, los animales entraban y se comían la basura de las calles. A cambio, es el único lugar de África donde las hienas no atacan a los hombres. La simbiosis es tan fuerte que, aún hoy día, el “hombre hiena” sale cada atardecer de las murallas y dan de comer a sus amigas. Provisto de un cubo lleno de carroña, y para deleite de algún turista aventurero, el “hombre-hiena” emite extraños sonidos guturales y llama a las hienas por sus nombres. Entonces aparecen ellas y dan cuenta de la carne. El hombre de la foto se llama Mallan Mantari y forma parte de un grupo de diez titiriteros que recorren el país en compañía de tres hienas, dos pitones y cuatro babuinos. La imagen es obra del fotógrafo sudafricano Pieter Hugo, que pasó diez días junto al grupo y escuchó sus historias. Los domadores de hienas – que componen una especie de “gitano de la cabra” pero en exótico – se desplazan de un suburbio a otro sacando algún dinero. En los últimos tiempos han tenido algunos problemas con la Policía. Según le contaron a Hugo, varios agentes abrieron fuego contra ellos por saltarse un control policial y mataron a dos de sus hienas.
La versión de la prensa local era un poco diferente. Según el diario This Day, de Lagos, “una banda de hombres armados que utilizaban una hiena y un mono para robar a sus víctimas, mantuvo un tiroteo con la Policía”. El periódico decía que uno de los agentes había sido mordido por una hiena tras emprenderla a tiros con ella y con el mono. Sea como fuere, esta curiosa familia sabe dónde conseguir más hienas y cómo domesticarlas. El grupo se marcha a las montañas y regresa al cabo de dos meses con nuevos ejemplares. El truco, según cuentan, consiste en sacar a la hiena de su madriguera y administrarle una hierba que muy pocos conocen. Solo entonces, por una suerte de embrujo, las hienas obedecen a los hombres.
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