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12 octubre 2007

Las Ciudades Invisibles de Calvino

Las ciudades fantásticas otorgan a los personajes que las habitan una motivación especial. Son su deseo, su obsesión, su cárcel, su esperanza. Pueden morir por quedarse, por irse, por defenderlas. Quizás el mayor artesano en crear ciudades imaginarias fue el escritor italiano Italo Calvino, de ahi el titulo (no del encargado de predicar el Calvinismo), quien dedicó un buen tiempo a coleccionar ideas sobre ciudades imposibles. Llevó religiosamente apuntes en varios cuadernos que más tarde se transformaron en libro. Las ciudades invisibles es un heterogéneo catálogo de lugares visitados por Marco Polo, quien maravilla al Kublai Jan relatándole con detalle sus experiencias. Mencionamos sólo una de las ciudades creadas por Calvino de un libro que no tiene una sola pagina (o ciudad) que no valga la pena leer: Octavia, ciudad telaraña, está situada entre dos montañas, cuelga sobre el vacío, mantenida por una red de cuerdas y cadenas. Todo pende de ella y como cualquier ciudad próspera tiende a crecer, sabiendo quienes viven allí que la resistencia de la red tiene un límite.

Muchas ciudades fueron pensadas apartadas de la superficie. Es el caso de Zalem, del animé Alita Battle Angel (Gunnm, 1993), donde nos encontramos con una magnifica ciudad flotante suspendida a cientos de metros de otra cuyos pobladores viven en la pobreza. Día a día reciben de Zalem toneladas de basura que llueve sobre ellos y los obliga a vivir rodeados de desperdicios. La diferencia de clases nunca estuvo representada de una manera tan gráfica. Zalem cuenta con trampas que se activan cuando detectan que alguien trata de llegar a ella. Lo más probable es que quien lo haga encuentre la muerte.

Cacodelphia es otro de los muchos ejemplos de urbes subterráneas; descripta en la novela Adán Buenosayres, del escritor argentino Leopoldo Marechal. Se accede a ella por un pasadizo vertical situado entre las raíces de un ombú. Una vez bajo tierra, se deberá cruzar un río de aguas oscuras en un bote a motor. La ciudad esta dividida en pequeños barrios, cada uno de ellos responde a una arquitectura fantástica concebida por la febril imaginación de sus habitantes. De acuerdo a sus dimensiones e inmovilidad, parece imposible pensar que una ciudad se pierda. Sin embargo, el exotismo de ciertas regiones hace factible la ilusión. Así está catalogada, por ejemplo, Opar: como una ciudad perdida, tragada por la jungla, ignorada por los mapas. Sus habitantes tienen buenas razones para permanecer invisibles: el abundante oro que decora cada rincón de la ciudad, y que podría ser motivo de codicia para el hombre blanco, es una de ellas. El aspecto simiesco de sus pobladores, otra. Opar aparece con frecuencia en las novelas que Edgar Rice Burroughs escribió sobre Tarzán, su más famoso personaje.

Bajo las aguas, en lo más inaccesible del abismo marino, descansan las ruinas de R'lyeh, una antediluviana ciudad recurrente en la cosmogonía de H.P.Lovecraft. Sus monolitos y obeliscos aseguran a quien tenga la oportunidad de verlos, que una raza de gigantescos hombres pez alguna vez dominó los océanos. Se sugiere que no están extintos, que el fondo de los mares podría emerger y devolverles a estas viscosas criaturas el poder sobre los hombres. El misterioso escritor de Providence revela incluso la posición exacta en la que, en un punto del Océano Pacífico y sumergida a miles de metros de profundidad, se encuentran los restos del imperio.

Los superhéroes son parte de una mitología urbana. Ciudadanos anónimos de los lugares que protegen, suelen tener el privilegio de poder observarlos desde la altura. En el cuadriculado mundo del cómic, invariablemente una larga hilera de edificios es el granítico paisaje de sus aventuras. Batman y Superman, defensores de Ciudad Gótica y Metrópolis, respectivamente, tienen una relación camaleónica con sus ciudades; aunque ambas están inspiradas en Nueva York y comparten la previsible acumulación edilicia, es interesante descubrir que la arquitectura de una y otra reflejan el mundo interno de cada personaje. Ciudad gótica es sombría, replegada sobre sí misma, apenas iluminada bajo un cielo encapotado siempre preparado para derrumbarse. Su estética repite gárgolas, cúpulas, arcadas, pararrayos, túneles... Es común encontrar al atormentado hombre murciélago agazapado en cualquier cornisa, contemplando la avenida bajo sus pies como si se tratara de un agudo precipicio, una grieta directa al centro de la Tierra. Metrópolis, hogar del niño venido de Kriptón, es lo opuesto: un lugar más luminoso, con más espacios entre edificios, un abundante cielo azul para realizar sus piruetas y torres de acero y cristal que duplican su capa roja cada vez que se sumerge entre rascacielos.

En otro extremo, sin desarrollar una arquitectura particular, algunas ciudades de fantasía presentan un problema psicológico o metafísico, y es en la relación que los personajes establecen con ella donde se percibe el conflicto. Para los especuladores turistas de Ruletenburgo, de la novela El jugador, la estrategia en el juego y la cambiante suerte es un correlato de las alianzas que se establecen entre ellos. Las dos tienen un objetivo final idéntico: poder asegurarse una vida de riquezas. Ruletenburgo esta inspirada en una centro balneario real (Wiesbaden) que Dostoievski visitó durante varias temporadas. Tar, en cambio, es una ciudad a la que un par de niños pretenden llegar caminando. El filme experimental de Alejandro Jodorowski Fando y Lis, de 1968, se apoya en la idea de una ciudad maravillosa hacia la cual es preciso peregrinar; el viaje es más importante que el destino en sí mismo. En la película de Hugo Santiago Invasión, también de 1968 y basada en un guión de Jorge Luis Borges, la ciudad, bautizada Aquilea, es víctima de un sitio llevado a cabo por hombres vestidos de blanco. Los habitantes organizan una resistencia armada y se libran combates. Quienes luchan desconocen que la batalla es eterna.

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