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22 febrero 2008

Nuestro Heroe Olvidado

"A una generación de la muerte heroica del Teniente Hernán Merino Correa, su figura comienza a perfilarse históricamente con todas las características del héroe clásico: una causa justa, un escenario majestuoso rodeado de selvas y montañas pocas veces holladas por el hombre, el cumplimiento de un juramento solemne, un código de Derecho Internacional avalando su conducta, un grupo de hombres sufridos y audaces empeñados en una misión que debió haber sido de paz y, sobre todo, un pasado inmaculado que acompañó a Merino desde que comenzó a hacerse Oficial y ciudadano en los patios severos de la Escuela de Carabineros, joven, apuesto y amado" ("A la Sombra del Monte Fitz Roy", del General René Peri Fagerström).

"Supo cumplir con honor la promesa hecha a la Patria tan querida ante el emblema de la estrella solitaria. Ese símbolo que tanto significa en nuestras vidas, fue testigo de su heroico sacrificio. Con el blanco de las nieves de las altas cumbres, el azul puro del cielo y el rojo de la sangre varonil, nuestro pabellón comprende el acto valeroso y patriótico del Teniente Merino. Igual que O'Higgins o los hermanos Carrera, perdurará en nuestro recuerdo su noble gesto" (Revista de Carabineros de Chile, edición noviembre de 1965)

El Teniente Hernan Merino Correa cayo asesinado el 6 de Noviembre de 1965, cuando un contingente de cien Gendarmes Argentinos ataco a mansalva a grupo de cuatro Carabineros Chilenos en Laguna del Desierto. Su sacrificio nos enseña no solo hasta donde llega la brutalidad y el delirio de quien elige el camino de la enemistad, sino tambien, la disposcion de estos hombres de armas chilenos a entregarlo todo por su pais.


¿Quién fue el Teniente Hernán Merino Correa?

El 17 de julio de 1936, nacía Hernán Merino Correa dentro de una familia antofagastina, en la Segunda Región de nuestro país, las necesidades obligaron a su familia de cuatro hijos a trasladarse a Limache, en la V Región, donde inicia su educación escolar. Fue un alumno destacado por su precoz inteligencia, y conquistó fácilmente lugares de honor en su rendimiento escolar dentro de los años siguientes. Tanto para Hernán Merino, como para su hermano Carlos, no fue difícil decidir postular al uniforme de Carabineros de Chile, ya que con ello cumplían con la tradición familiar. Es así como llegó a la Escuela de Carabineros Carlos Ibáñez del Campo, convirtiéndose rápidamente en uno de los mejores alumnos según lo testimonian los registros de su promoción.

Hernán Merino se hallaba asignado en las mismas tierras australes que vieron algunos de sus más nobles actos de servicio institucional. Había sido trasladado allá en 1961. Como siempre, su hoja de servicio registraba un desepeño brillante en esta nueva etapa de su vida. La habitual cordialidad chileno-argentina en la zona había cambiado drásticamente después de que se inaugurara, al poniente del hito y al Sur del lago, un Retén de Carabineros. Gendarmes argentinos habían comenzado a hostilizar paulatinamente a los colonos chilenos, alegando que debían presentarse ante autoridades de su país para notificar sobre la ocupación de "territorio argentino" y tributar el Río Gallegos. El hito 62, que marcaba la zona, estaba allí desde 1903 y nunca antes había sido cuestionado por la Argentina ni en su posición ni en su validez. En su instalación habían colaborado, entre otros, el ciudadano de origen danés Andreas Madsen, quien reconoció explícitamente que el territorio era chileno y también lo mostró como tal en un mapa de su trabajo "Cazando Pumas en la Patagonia" (Buenos Aires, 1956). Veremos que, ante evidencias como esta, los argentinos crearon el mito ridículo y absurdo de que los chilenos habían intentado desplazar el hito hacia el Oriente, durante los hechos que procederemos a describir.

Era octubre de 1965, y parte del contingente de Carabineros de Chile estaba reunido en el Retén del Lago O'Higgins, en la cercanía del límite, donde pasaban la mayor parte del tiempo intentado vencer el frío y la soledad. En el abandono de estas tierras las pocas almas residentes siempre se conocen y los lazos de fraternidad son más sinceros. Un día de ese mes, se presentó en el recinto un hombre marcado por la angustia y la preocupación. Era el colono Domingo Sepúlveda, establecido en la zona desde hacía años. Su hogar estaba el lote 22 y lo había recibido como herencia de su padre, quien a su vez lo recibió del Estado de Chile, en 1937. Venía agitado: gendarmes argentinos se había presentado en su casa advirtiéndole a él y a sus hermanos que debían presentarse ante las autoridades argentinas por estar ocupando territorio "de la República Argentina". Como los gendarmes habían amenazado con castigarle si no obedecía, el Jefe Mayor Prefecto de Coihaique, Mayor Miguel Torres Fernández, partió al lugar a verificar la denuncia junto a unos diez carabineros, estableciéndose en la casa de la hermana del colono, doña Juana. No encontraron a ningún gendarme argentino en la zona, pero de todos modos esperaron por si hubiesen novedades al respecto para intentar aclarar la situación.


Se notificó de los hechos al Gobierno, el día 11 de octubre, pero precisamente por esos días iban a reunirse los presidentes Frei e Illía en Mendoza, actividad que consumía la atención del gabinete, por lo que, si bien se discutió el tema dentro de la generalidad de los problemas limítrofes que agriaban las relaciones en aquellos días, aparentemente no se puso demasiada atención en lo sucedido, pues no se previó la gravedad que podía alcanzar el impasse, confiando en una inexistente sensatez y mesura de la parte platense. Los chilenos se quedaron dentro de unos terrenos levantando un pequeño campamento junto a una choza de madera vieja y abandonada, a la espera de ver algo sospechoso. Izaron una bandera sobre el tronco de un árbol joven y esperaron órdenes. Entre ellos estaba nuestro Teniente Merino, con una minúscula barba que contrastaba con la pulcra imagen que tradicionalmente tenía, de rostro siempre bien rasurado, como evidencia de la soledad de náufrago en la que debían desenvolverse estos valientes chilenos uniformados y civiles de los confines del mundo. Tenía entonces 29 años, los mejores de su vida personal y profesional.

Con ocasión del encuentro, los mandatarios de ambos países acordaron terminar las actividades de la comisión mixta en un plazo de cinco años, y se firmó también un compromiso para llevar el problema del Canal Beagle a un arbitraje internacional, pero que a la larga no encontró posibilidades reales de aplicación. Durante ese período, y hasta el mismo día 31 de octubre en que terminó la visita presidencial, parte importante de la prensa de Buenos Aires no había cesado de publicar belicosos artículos en los que se acusaba a Chile de ser culpable de agresiones y las controversias sobre Palena y el Canal Beagle. Estos discursos triunfalistas y violentos representaban el ánimo de, entre otros, dos altos generales de Gendarmería Argentina: Osiris Villegas y Julio Alsogaray, dispuestos a hacer respetar la "soberanía nacional" a como fuera lugar en los lugares donde se había producido litigios o encuentros desafortunados.

En tanto, el día 2 de noviembre, se presentaba ante los uniformados chilenos establecidos en Laguna del Desierto un ciudadano argentino, llamado Ricardo Arbilla, quien reclamó que estaban en terrenos de su propiedad. Pero luego de una breve discusión, se le explicó lo sucedido y hasta se quedó a almorzar con los Carabineros. Hasta entonces, éste seguía siendo el clima de entendimiento y cooperación que existía entre los habitantes de aquel territorio, casi abandonados por la soledad y el aislamiento. Pero entre los días 2 y 3 de noviembre comenzaron las señales de alarma. La zona era cubierta por aire gracias a los exclusivos servicios del piloto chileno Ernesto Hein Águila, quien mantenía conectada la zona de Laguna del Desierto gracias a las modestas pistas de aterrizaje que con grandes esfuerzos y sin herramientas apropiadas, habían construido durante tres años los colonos Candelario Mancilla y su esposa Teresa, ambos chilenos. Como se recordará, Chile había conseguido, gracias a la iniciativa personal y el sacrificio de varios ciudadanos patriotas, la colonización de su territorio de Laguna del Desierto. Estaba Hein en uno de aquellos vuelos, cuando observó desde lo alto un enorme e inusual grupo de uniformados argentinos dirigiéndose hacia el Oeste, advirtiendo también la presencia de aviones cuadrimotores sobrevolando el Retén O'Higgins. Asombrado, viajó a Santiago el mismo día 3 para informar a la Cancillería y al Ministro de Interior, señor Bernardo Leighton.

El 5 de noviembre, llegaron para reforzar el grupo de chilenos el Capitán Bautista González y el Sargento 1° Héctor Carrillo. Tras un par de días sin novedad, el sábado 6 se les hizo llegar orden a través del Carabinero Igor Víctor Schaf, de retirarse nuevamente a la casa de doña Juana. Hasta allá partieron el Capitán González y sus hombres, pero el Mayor Torres permanecía en el puesto con otros cinco hombres, entre los que estaban el Sargento Manríquez y el Teniente Merino. Como no se reportó novedad, el Mayor Torres creyó innecesario continuar presente en el lugar y ordenó a dos de los hombres traer caballos para desplazarse. Ese mismo día 6 apareció en la prensa de ambos países la publicación de la Declaración Conjunta. En ella decía claramente que la demarcación de Laguna del Desierto se haría en los días siguientes. Se había acordado entre ambos países un plazo de 48 horas para que ambas partes desocuparan la zona facilitando la actividad de las comisiones.

Gendarmes argentinos movilizándose sigilosamente en "acciones de guerra"
hacia Laguna del Desierto, donde iba a tener lugar la tragedia.

Las fotografías fueron captadas con gran parafernalia
y sobreactuación por los propios medios argentinos.
(Revista "Gente y Actualidad", Buenos Aires, Nov. 1965).

El Gobierno ya había sido informado de los problemas y se había dispuesto que la zona fuese desocupada por las fuerzas de ambas naciones para que la Comisión Mixta se presentara en el lugar a poner orden sobre los verdaderos límites. Esto se había resuelto de común acuerdo con Argentina en un comunicado de Buenos Aires del día anterior. Se estaba entonces en el período para abandonar la zona y los Carabineros estaban listos para hacerlo según lo demuestra la Declaración Pública de la Cancillería de Chile publicada tras estos hechos de sangre. Nada hacía prever entre ellos el peligro y la tragedia que se venía en camino. De hecho, los uniformados chilenos estaban en compañía de dos niños, hermanos del colono Ismael Andrade Sepúlveda, que se encontraba de viaje en Argentina. El Mayor Torres y el Sargento Manríquez permanecían en torno al puesto; el Teniente Merino hacía guardia tranquilamente y el Carabinero Durán incluso hacía pan amasado inocentemente en la casucha para recibir la hora del té, todos ignorantes de lo que estaba a punto de caerles encima.

Cerca de las 4:30 PM, uno de los niños descubrió a unos hombres escondidos mientras jugaba, y avisó a gritos a los Carabineros que, antes de alcanzar a reaccionar, se vieron súbitamente rodeados de un enorme contingente de unos cien gendarmes argentinos, fuertemente armados y en una actitud prepotente. Al menos dos periodistas los acompañaban con credenciales de "corresponsales de guerra", fotografiando con alardes de héroes los hechos. Comenzaron a acercarse amenazantes hacia el Mayor Torres, quien, por estar con la guardia abajo se encontraba desarmado e intentaba parlamentar con ellos. Craso error: los gendarmes argentinos comenzaron a apuntar para disparar. El Teniente Merino, al advertir la delicada situación, corrió hacia su superior, fusil en mano, para disuadir a los gendarmes que lo emboscaban. No disparó tiro alguno.


Sin provocación, sin una razón clara y con una saña bruta, el destino fatal del Teniente Merino fue cerrado de una certera ráfaga. Otra bala hirió al Sargento Manríquez, al intentar responder inútilmente al fuego.


Al cesar los disparos, el cuerpo de este hombre que salvó vidas humanas, que fuera ejemplo de vocación y servicio para toda una institución y que sacrificara la propia comodidad de su existencia por una causa soberana, yacía tendido sobre las hojas del frío bosque austral, muerto, ido de este mundo.

Ante el asombro y estupor de los chilenos, un subalférez del grupo de gendarmes justificó a sus hombres, con el cuerpo del Teniente Merino a sus pies, rugiendo:

"¡Ustedes tienen la culpa por no haberse ido antes de aquí...!"

Continuando con el increíble acto de matonería, los chilenos fueron tomados detenidos en su propio suelo patrio y llevados en avión hasta Río Gallegos y luego al Regimiento N° 181 de Combate del Ejército Argentino. Dos largos días pasarían allí antes de ser devueltos.

Mientras tanto, en el Retén de Lago O'Higgins llegaban desde el Aeropuerto de Cerrillos de Santiago los hombres de un amplio contingente de unos 700 carabineros con la orden de resistir un eventual ataque, pues las autoridades daban por hecho la posibilidad de un conflicto.

Los Carabineros de Chile esperaron la orden de La Moneda para atacar a los invasores... Mas la orden jamás llegó. Los restos del héroe chileno fueron trasladados hasta Santiago, tras ser desembarcados en Cerrillos. Fue recibido por altos funcionarios de Gobierno y de Carabineros. La explicación a esta miserable agresividad la encontramos en el propio relato de los hechos dada por los victimarios y las versiones que han circulado en Argentina sobre lo que tuvo lugar aquella trágica jornada de 1965. La explicación, en verdad, se configuró aún antes de los hechos, cuando los gendarmes argentinos fueron enviados a invadir la Laguna del Desierto armados hasta los dientes, en avance sigiloso y en un fingido e irreal "estado de guerra", como tantas veces lo ha hecho antes y después. Saltando de árbol en árbol, arrastrándose entre la vegetación, punta y codo con ametralladoras en mano, y -por grotesco que suene-, hasta con los "corresponsales de guerra" que hemos señalado, los argentinos jugaron a los soldaditos rumbo al sector donde se sabía de antemano la presencia de los Carabineros chilenos, con la "misión" de "expulsar a los chilenos del territorio argentino", según palabras textuales de la prensa bonaerense. Los siguientes extractos son absolutamente reales y, por burdos e increíbles que parezcan, fueron lo que aquellos "corresponsales" publicaron en la revista de Buenos Aires "Gente y Actualidad" con la explicación oficial de los hechos, demostrándonos hasta qué punto puede tocar a una nación una fiebre de delirio bélico y triunfalista.

"Diario de un testigo", titula la crónica el "corresponsal" Julio Landívar. Inicia su reporte dando connotaciones de valor a la "misión peligrosa" que se les ha asignado a los gendarmes, para "ir al encuentro de los invasores". Alternando el cuento de caballeros y dragones modernos con las imágenes captadas por el otro "corresponsal", el fotógrafo Forte, el periodista indica que "la tropa va tomando ubicación. Unos se esconden tras los árboles. Otros, tras los troncos caídos...", para entrar a "la primera línea de fuego" (!!!). A continuación, Forte capta la fotografía donde se ve claramente al Mayor Miguel Torres ABSOLUTAMENTE DESARMADO, y, sin embargo, Landívar dice bajo la misma que "Su terquedad OBLIGO A LA LUCHA. Segundos después de tomada esta foto, SE DESENCADENABA LA BATALLA" (los destacados son nuestros). Y después señala: "jugaban dos pequeños hermanos Sepúlveda, que después escaparon de la mano de un Carabinero".

La descripción que se hace de la "batalla" ya no puede ser más ridícula, comparable sólo a las bombas atómicas imaginarias de Perón. Según el reporte, el Teniente Merino habría corrido hacia los gendarmes (ojo: uno contra cien) y habría tenido tiempo de gritarles a los argentinos (hasta en un lenguaje con sus modismos porteños) mientras pasaba el tiro de su fusil: "Desgraciados... Los vamos a barrer a todos. A mi Mayor nadie le va a tirar...", palabras que detonaron la balacera... Balacera en la que Merino no alcanzó a disparar ni un tiro.

Acto seguido, Landívar confiesa: "Me paralicé. A partir de ese momento se acabaron mis fuerzas. Desde el suelo y detrás del tronco traté de ver lo que pasaba". Y luego, añade con extravagancia, que las balas pasaban "rozándome la cabeza" (a pesar de que sólo Manríquez había tratado de disparar antes de caer herido). "A mi frente el enemigo, a mis espaldas el grueso de la Gendarmería. A mi derecha el peligro siempre latente de un balazo en la cabeza de Forte. Su imprudencia me aterraba. Nos miramos. Aún estábamos vivos".

Al ver el cuerpo de Merino, admite que "intentaba hablar, pero no salían sus palabras"; con indignante desparpajo, agrega: "volví a mirar al herido y, cosa curiosa, ya no sentí compasión". No contento con todo lo anterior, el reportero de "Gente y Actualidad" continúa en su exposición de absurdos indecibles. Luego de definir que aquella "batalla", era "la más cruenta librada en la zona", en que en realidad los chilenos terminaron con un muerto y un herido, habla de la llegada al puesto en donde, como se usa en la guerra (las guerras de verdad) la bandera del derrotado es bajada cuidadosamente, para ser sustituida por el vencedor. Este acto de pintoresco y cursi detallismo casi barroco, es descrito como "el respeto por el vencido, olvidando las amargas cosas sufridas".

Esta versión de los hechos recién relatada, fue confirmada poco después en un programa argentino de TV en todos sus estrafalarios detalles, donde se invitó a los uniformados que participaron del asesinato, presentándolos como "héroes de guerra". Una entrevista radial al General Villegas, llegó más lejos, justificando el acto vil y cobarde de sus gorilas de gendarmería como una reacción natural "a la tradicional política limítrofe de Chile". A las pocas horas del asesinato, los medios de prensa y autoridades argentinas declaraban -con hipocresía enmudecedora- que el retiro en la zona de Carabineros de Chile se estaba cumpliendo para "facilitar la ocupación pacífica de la zona por tropas de Gendarmería Nacional y permitir así el ejercicio de la soberanía argentina" y no para las labores de la Comisión Mixta como se había acordado, justificando así el crimen.Las circunstancias previas y posteriores a la muerte del Teniente Merino deben dejarnos en claro una cosa: el estado de concienciación expansionista y militarizada de la sociedad argentina, que aflora en determinados períodos históricos, ha hecho a aquella nación absolutamente moldeable a esquemas artificiales del contexto de guerra, como ya lo hemos visto desde los tiempos de las negociaciones sobre la Patagonia, hasta la crisis del Canal Beagle, pudiéndose hablar incluso de una tendencia hacia la guerra de baja intensidad a lo largo de la historia de sus relaciones con Chile. El comportamiento honesto, la hermandad y la predisposición chilena de enfrentar estos problemas en forma pacífica, siempre serán vistos como cobardías y oportunidades de subir la presión por parte de un expansionismo que se ha formado para y por los cánones que quedaron manifiestos claro aquel día.

El shock de la muerte del Teniente Merino motivó comunicados públicos del Gobierno y la reunión de todos aquellos que le conocieron y le valoraron. Fue sepultado con honores en el Cementerio General, en presencia de las autoridades de la época, encabezados por el propio Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva. En su epitafio estaba grabada la siguiente frase:

"¡Siempre viven, los que por la patria mueren!"

1 comentario:

Anónimo dijo...

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